Hola! 


Soy Pepín Roman, fundador de Himal Mountain Adventures. Posiblemente cada uno de los que me conocéis podéis definirme de una manera distinta, incluso los que no me conocéis de cerca… pero creo que lo correcto es identificarme como alguien que le gusta vivir descubriendo.


Estamos pasando por dias distintos, en muchos casos difíciles, que posiblemente nos hagan cambiar la manera de ver y disfrutar de la vida. Son momentos en los que mi mente vuela lejos, tratando de salir de esta situación y haciendo repaso del pasado, de todas esas aventuras que quedaron atrás y de las que vendrán.

 
Aún recuerdo esa noche, bajo cero, estaba solo, sentado en la cubierta de nuestro velero y reposado contra el palo. El mar estaba en calma y en él se reflejaban las auroras boreales que a su vez iluminaban las enormes paredes tapizadas de hielo y llenas de corredores y canales… estábamos en las Lofoten, explorando. Fue bonito desayunar encima de un mapa, que hacia de mantel. Un mapa estudiado durante horas pero del que alguno trataba de apartar siempre la mantequilla o el pan para mirar una vez más, durante el desayuno, el plan del día. Obsesivos, como enamorados de la aventura, del momento. Unos dias donde el denominador común fue el agua, salada o dulce, líquida o solida, pero fue el agua…


Ese mismo agua que gracias a la temperatura que tuvo en esa temporada, nos estaba permitiendo ponernos los esquís, con mucha de nieve, por encima de los 5.500 mts en la Cordillera Real, Bolivia. Donde esquiar fue un juego con nuestros amigos bolivianos, un juego de descubrir, o descubrírselo, o quizá de rememorar lo que en su dia tuvieron, antes de este insaciable Cambio Climático, unos cuantos metros más abajo. Azul, como el agua del mar, eran las grietas de sus imponentes glaciares, con las que negociábamos la ilusión de seguir descendiendo, de seguir buscando esa linea en la montaña, como sí de una gota de ese mismo agua se tratara….


Gota de agua que junto a sus amigas, me impedían ver mas allá del doble cristal de la ventanilla del avión, cuando toda mi atención se centraba en contemplar desde el cielo Siberia. Regresaba de mi primera experiencia de esquí en Japón, ya hace años y a donde afortunadamente regreso varias veces cada temporada. Tras mucho estudiar y tratar de entender el por qué de Japón, de su isla y sobre todo de su nieve, lo entendí. Nuestra querida isla de Hokkaidō es un ‘horno’ al que metemos una mezcla de ingredientes explosivos: latitud, mar de Japón y su inusual temperatura, volcanes y, como no, la ‘levadura’, ese helador aire de la zona de Siberia que precisamente esas gotas de agua me impedían ver. Todo cocinado con el programa ‘Jet Stream infernal y constante’ en altitud. El resultado es el mejor bizcocho que existe: el ‘Japow’, la nieve polvo que a los mejores esquiadores del mundo atrae cada año.


Como islas se movia el hielo, jugando con la marea, avanzando y retrocediendo kilómetros en las bahías de Alaska. Bucábamos montañas finas, elegantes, imponentes, pero no solo encontramos eso. Encontramos el significado de su apodo «La Gran Tierra», porque no es grande, es enorme, como los sueños que te hace tener cuando lo conoces. Como las ballenas que saltaban alrededor de nuestro pequeño bote en el mar, donde las miradas cómplices entre nosotros, en aquellos momentos, se volvieron inolvidables. Rectas interminables, como los sueños de un niño, eran las que recorríamos diariamente en búsqueda de aventura, por sus salvajes pistas, que nunca fueron como las del día anterior…


Ni esa primera experiencia a mas de 6.000 mts en el Himalaya, otro sueño de un niño grande que con 17 años tuve la oportunidad de vivir, de poner tacto y gusto a todo lo que durante años había leído y visto en reportajes. Posiblemente, como el olor del agua salada, o como la cercanía al mar, que engancha, hizo que Nepal lo llevase desde aquel momento en el corazón…quizá no Nepal, sino su gente, siendo en mas de 13 ocasiones las que lo he podido sentir y vivir. 


Sentir y vivir como mi primera vez en las Rocosas. Aquella noche previa al dia de esquí sentí lo mismo que cuando era niño. Cuando en mi cabeza solo estaba la nieve y esquiar, cuando no había preocupaciones. Todo se volvía obsesivo, y los nervios prohibían el sueño. Igual que el viento a 6.400 mts en el Ladakh, o el calor del agua del caribe…


Esas sensaciones, experiencias, forma de vivir es lo que me hace sentir vivo. Seguiré poniendo un punto más de emotividad a todo;  al esquí, a las montañas o al simple hecho de viajar, del que por si solo carece de relevancia mas allá del desplazamiento. Esa emotividad que sigo encontrando al descubrir lugares nuevos con el Google Earth, al planear, confeccionar y sobre todo al llevar a cabo un proyecto, es lo que me hace seguir enfrentándome a nuestro nuevo día a día.

 
Todo esto quedará en el pasado, como una experiencia más, de la que saldremos más fuertes y nos hará mejores personas. Es tiempo de reflexión, de conocerse a sí mismo, y hablar largo y tendido con esa persona que todos llevamos dentro y a la que no prestamos atención. Juntos, disfrutaremos aún más de ese futuro que está por venir, del que estoy seguro que será, como mínimo, sublime. 


Ánimo amigos.


Pronto nos veremos por el mundo, él nos esta esperando!